El asedio de Weinsberg, que tuvo lugar en el año 1140, constituye uno de los episodios más notorios y recordados de la historia medieval del Sacro Imperio Romano Germánico. Situado en un momento de agitación política y conflicto dinástico, este suceso no solo destaca por su carga militar y estratégica, sino también por la célebre anécdota de las «mujeres fieles de Weinsberg«, cuya astucia y valor han sido objeto de múltiples interpretaciones históricas, literarias y culturales. Contextualizar adecuadamente el asedio de Weinsberg requiere comprender el entorno político generado por las luchas entre güelfos y gibelinos, facciones opuestas que dividían al Imperio en su lucha por el poder imperial y papal.
Contexto histórico: el conflicto entre güelfos y gibelinos
El marco político en el que se inscribe el asedio de Weinsberg tiene como telón de fondo la rivalidad entre la Casa de Welf y la Casa de Hohenstaufen. A la muerte del emperador Lotario II en 1137, surgió una pugna por la sucesión imperial. Aunque Lotario designó a su yerno, Enrique el Soberbio —miembro destacado de los Welf— como su sucesor, los príncipes electores del Imperio eligieron a Conrado III de Hohenstaufen como nuevo rey de Romanos. Esta elección desencadenó una guerra civil entre los partidarios de ambas casas, que cristalizó en numerosos conflictos militares, entre ellos el asedio de Weinsberg.
La ciudad de Weinsberg, ubicada en la región de Suabia, en el actual estado federado de Baden-Württemberg, era una plaza fuerte controlada por los güelfos. Conrado III, deseoso de consolidar su autoridad y suprimir focos de resistencia, emprendió una campaña militar contra aquellos territorios que no reconocían su poder. Así, en noviembre de 1140, el rey sitió la ciudad con el objetivo de quebrantar el poder güelfo en la región y establecer su dominio indiscutido.
El curso del asedio de Weinsberg
El asedio de Weinsberg fue conducido personalmente por Conrado III, quien movilizó su ejército hacia la ciudad a finales de otoño. Las crónicas contemporáneas, como las del cronista Otón de Freising, medio hermano del propio Conrado, describen el cerco como una operación meticulosamente planificada. Contando con el apoyo de numerosos nobles leales a la Casa de Hohenstaufen, el rey despliegó una fuerza considerable para rodear y aislar la ciudad, cuya guarnición estaba formada por tropas leales a Güelfo VI, hermano del depuesto Enrique el Soberbio.
La resistencia dentro de Weinsberg fue obstinada. Las fortificaciones de la ciudad estaban bien mantenidas, y sus defensores se prepararon para soportar un largo asedio. No obstante, la superioridad numérica de Conrado y la imposibilidad de recibir refuerzos externos llevaron a que, tras varias semanas de cerco sin esperanza de socorro, la ciudad se rindiese el 21 de diciembre de 1140. Conrado, deseoso de escarmentar a los enemigos de su causa y afianzar su hegemonía, ordenó el castigo de los hombres que habían defendido la plaza. No obstante, fue entonces cuando ocurrió uno de los episodios más célebres de la historia medieval alemana.
La leyenda de las mujeres de Weinsberg
Antes de ejecutar la represalia sobre los defensores de la ciudad, Conrado III accedió a una petición realizada por las esposas de los sitiados. Las mujeres de Weinsberg rogaron al rey que se les permitiese abandonar la ciudad con aquello que pudiesen cargar sobre sus propios hombros. El monarca, condescendiente, aceptó su solicitud sin prever el acto que vendría a continuación. En lugar de llevar consigo bienes materiales o alimentos, las mujeres regresaron a la ciudad con el propósito de cargar a sus maridos heridos o condenados a muerte sobre sus espaldas.
Conrado, sorprendido por la lealtad y determinación de aquellas mujeres, se mostró conmovido por el gesto. Según recogen las fuentes, algunos le instaron a interpretar su promesa de forma más estricta y revertir el acto de clemencia, pero el rey —respetuoso con la palabra dada— permitió que las mujeres saliesen de Weinsberg junto a sus esposos, perdonando así sus vidas.
Este episodio quedaría marcado profundamente la memoria colectiva alemana. La colina cercana al castillo de Weinsberg, desde la que se observó esta escena, fue posteriormente conocida como «Weibertreu», palabra que puede traducirse como «fidelidad femenina» o «lealtad de las mujeres». El hecho ha sido narrado frecuentemente en la literatura y el folclore, realzando las virtudes de la piedad conyugal y la resignación heroica como valores propios del ideario medieval.
Implicaciones políticas del asedio de Weinsberg
Más allá del componente legendario de las mujeres, el asedio de Weinsberg supuso un punto de inflexión en la guerra entre güelfos y gibelinos. La victoria de Conrado III consolidó temporalmente la supremacía de la Casa de Hohenstaufen y permitió al rey extender su autoridad sobre la región. La ciudad, una vez capturada, pasó a estar administrada directamente por representantes leales al monarca, lo que debilitó significativamente la infraestructura territorial de los güelfos.
No obstante, la lucha entre las dos facciones no cesó con este episodio. La rivalidad entre ambas casas continuaría durante varias generaciones, influyendo en los equilibrios de poder dentro del Sacro Imperio Romano Germánico y condicionando la política interna de los reinos europeos. El conflicto entre güelfos y gibelinos no solo afectó al Imperio, sino que se proyectó también en la península itálica, donde ciudades como Florencia y Pisa adoptaron las banderas ideológicas de uno u otro bando.
El asedio de Weinsberg, por tanto, no fue un acontecimiento aislado, sino un reflejo de una confrontación estructural que definió la política europea del siglo XII. Conrado III, aunque victorioso en este caso, debió hacer frente a numerosos desafíos posteriores, incluidos levantamientos internos y tensiones con el papado, hasta su muerte en 1152. Su sobrino y sucesor, Federico I Barbarroja, heredaría heredaría este complejo contexto político.