La batalla del Gran Zab y el ocaso del Califato omeya

Redacción

Representación de la batalla del Gran Zab con dos ejércitos del califato Omeya peleando contra el ejercito del Califato abasí.

La batalla del Gran Zab, librada el 25 de enero del año 750, supuso un punto de inflexión decisivo en la historia del Islam medieval. Esta confrontación bélica entre el ejército omeya y las fuerzas abbasíes marcó el fin de la dinastía omeya en el Califato islámico y el ascenso al poder de la dinastía abasí. Este enfrentamiento, que tuvo lugar a orillas del río Gran Zab en el actual norte de Irak, fue la culminación de una serie de tensiones políticas, religiosas y sociales gestadas a lo largo de décadas.

Contexto histórico y decadencia omeya

La dinastía omeya, fundada en el año 661 por Muawiya I, había trasladado el centro de poder del mundo islámico a Damasco, estableciendo un régimen de carácter hereditario que rompía con la tradición electiva de los primeros califas ortodoxos. A lo largo del siglo VII y comienzos del VIII, los omeyas expandieron sus dominios desde la península Ibérica hasta las fronteras de la India, logrando una expansión territorial sin precedentes.

Mapa máxima expansión Califato Omeya en 750 d.C.
Mapa máxima expansión Califato Omeya en 750 d.C.

Sin embargo, a pesar del éxito militar, el Califato omeya comenzó a mostrar evidentes signos de desgaste. La administración centralizada, controlada por una élite árabe siria, generó descontento entre otros grupos étnicos y religiosos dentro del imperio. Los mawali (musulmanes no árabes, principalmente persas) eran tratados con inferioridad, lo que provocaba resentimiento entre las poblaciones recién islamizadas del este. Además, sectores chiíes y otros opositores políticos denunciaban la ilegitimidad de los omeyas por apartarse de la línea directa del profeta Mahoma.

En paralelo, un movimiento revolucionario se gestaba en la provincia oriental de Jorasán, donde los abbasíes, descendientes del tío del profeta, Al-Abbás ibn Abd al-Muttálib, consolidaban su poder con el apoyo de diversos grupos marginados. El movimiento abasí ganó fuerza entre las comunidades persas islamizadas, descontentas con la hegemonía árabe omeya.

El ascenso de los abbasíes y la marcha hacia la guerra

La insurrección abbasí tomó cuerpo a partir del año 747, cuando el líder militar Abu Muslim Al-Jorasani inició una serie de revueltas en nombre de la casa de los Abbas. Desde su base en Merv (actual Turkmenistán), Abu Muslim fue capaz de movilizar a miles de tropas, incluyendo persas, turcos y árabes opositores al poder omeya. Con una mezcla de astucia política y habilidad militar, logró apoderarse de las principales ciudades de Jorasán y avanzar hacia el oeste.

Mientras tanto, el califa omeya Marwán II intentaba sofocar la rebelión mediante campañas militares que resultaron infructuosas. La falta de apoyo popular, sumada a la debilidad de una administración desgastada por décadas de luchas internas, debilitó la capacidad de reacción del Califato omeya. En este contexto, el conflicto armado fue inevitable.

El ejército omeya, liderado por el propio califa Marwán II, marchó desde Siria hacia Irak con la intención de detener el avance abbasí. Por su parte, los abbasíes, dirigidos por Abd Allah ibn Ali, tío del futuro califa Al-Mansur, se desplazaron desde el este para enfrentarse a las fuerzas omeyas en campo abierto. Ambos bandos se encontraron junto al río Gran Zab, afluente del Tigris, cerca de la actual localidad de Mosul.

Desarrollo de la batalla del Gran Zab

La batalla del Gran Zab fue una confrontación intensa que enfrentó a dos de los ejércitos más poderosos del mundo islámico. Los omeyas contaban con una fuerza numéricamente superior, estimada entre 120.000 y 150.000 hombres, reclutados en su mayoría entre tropas árabes del oeste del califato. Por su parte, el ejército abbasí, más reducido en número pero mejor organizado y más motivado, empleó una combinación de infantería ligera, caballería y arqueros de élite.

El río Gran Zab, a su paso cerca de la ciudad de Mosul, fue el escenario de la batalla.

El curso del combate estuvo marcado por una táctica decisiva implementada por los abbasíes: utilizaron una carga fulminante de caballería en el momento justo para desestabilizar la línea de frente enemiga. A esto se sumó la deserción de varios contingentes integrados en el ejército omeya, cuya lealtad era frágil. En medio del caos y del lodo de las riberas del río, las tropas de Marwán II fueron rodeadas y masacradas. La principal fuerza del Califato omeya fue totalmente aniquilada en apenas unas horas de enfrentamiento.

Marwán logró huir del campo de batalla, pero su escape fue breve. Varios días después, tras emprender una frenética retirada hacia el sur, fue capturado y asesinado en Egipto. Con su muerte, la dinastía omeya quedó oficialmente derrocada y se abrió paso a una nueva era en la historia islámica.

legado político y cultural de la batalla

La victoria en la batalla del Gran Zab permitió que Abu al-Abbas as-Saffah se autoproclamase califa en Kufa pocos meses después, iniciando así la era abasí. Esta nueva dinastía trasladó la capital del Califato a Bagdad, ciudad fundada en el año 762, que se convirtió en uno de los principales centros culturales, científicos y comerciales del mundo medieval. El régimen abbasí favoreció la integración de las poblaciones no árabes, especialmente los persas, en las estructuras de poder, promoviendo una política de mayor inclusión religiosa y étnica.

La matanza de los miembros supervivientes de la familia omeya fue implacable. Las fuentes históricas relatan ejecuciones masivas en Damasco y otras ciudades. Solo un miembro de la familia, Abderramán I, logró escapar hacia al-Ándalus, donde establecería el Emirato de Córdoba en el año 756, dando inicio a una rama omeya independiente que perduraría durante siglos y que tendría un importante papel cultural y político en el occidente islámico.

Desde el punto de vista historiográfico, la batalla del Gran Zab ha sido interpretada no solo como un cambio dinástico, sino como una revolución social que amplió la base del poder musulmán más allá de las elites árabes del Levante. Abrió el camino para el florecimiento del conocimiento en el mundo islámico durante el periodo dorado abbasí.

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