En los confines del norte de Inglaterra, en Northumbria, un niño llamado Beda comenzó su vida de estudio y oración. Creció entre los muros de Monkwearmouth–Jarrow, rodeado de manuscritos y del rumor constante de los salmos. Nunca viajó lejos, pero sus escritos cruzaron fronteras y siglos, llevando su voz desde Northumbria hasta las bibliotecas de toda Europa. Maestro, cronista y hombre de fe, Beda transformó la historia en relato y la ciencia en cálculo preciso, convirtiéndose en el sabio más influyente de su tiempo. Tanto fue así que, más de mil años después, el papa León XIII lo reconoció oficialmente como Doctor de la Iglesia.
Biografía
Desde niño, Beda se formó en un ambiente de intensa actividad cultural y religiosa. Con apenas siete años ingresó en el monasterio de Monkwearmouth-Jarrow, donde pasaría prácticamente toda su vida. Allí disfrutó del acceso a una de las bibliotecas más completas de la Europa del norte, con obras de los clásicos, de los Padres de la Iglesia y de autores orientales. Fue ordenado diácono con tan solo diecinueve años y sacerdote a los treinta.

Aunque rara vez abandonó el monasterio, no fue un hombre aislado. Mantuvo correspondencia con obispos, monjes y eruditos de toda Inglaterra y más allá. Se sabe que visitó York en el 733 para encontrarse con su antiguo alumno Egberto, entonces obispo de la ciudad, y que probablemente hablaron sobre la futura elevación de York a arzobispado, algo que se concretó en 735. Entre los discípulos que recibieron su influencia destaca Alcuino de York, figura clave del renacimiento carolingio, quien siempre reconoció la herencia intelectual de Beda.
También viajó a Lindisfarne y a otros monasterios, aunque no existen pruebas de que llegara a Roma, pese a su interés por los documentos que allí se conservaban. Murió en Monkwearmouth-Jarrow en 735. La tradición cuenta que en sus últimos días aún dictaba a sus discípulos una traducción al inglés del Evangelio de san Juan y que murió mientras recitaba el Gloria Patri. Fue enterrado en el propio monasterio y más tarde sus restos fueron trasladados a la catedral de Durham.
Obra
La producción literaria de Beda es amplia y variada, aunque no siempre es posible fechar con exactitud cada obra, ya que pudo haber trabajado en algunas de ellas durante largos períodos. Su último texto conocido es una carta escrita en 734 a Egberto de York.
Su obra más célebre es la Historia eclesiástica del pueblo inglés, concluida en 731, que relata en cinco libros la expansión del cristianismo en Inglaterra desde la época romana hasta su tiempo. Este relato no solo es fundamental para comprender los orígenes de la Iglesia inglesa, sino también para conocer la vida política y cultural de la Inglaterra anglosajona.
Además de esta crónica, escribió comentarios bíblicos, hagiografías, tratados de gramática y obras científicas. En su De temporum ratione calculó el cómputo de los años y la fecha de la Pascua, consolidando el uso del anno Domini. Sin embargo, este libro también le causó problemas: en 708, algunos monjes de Hexham lo acusaron de herejía porque sus cálculos de la edad del mundo diferían de los que había fijado san Isidoro de Sevilla. Aunque la denuncia se produjo en una comida y fue desestimada, Beda se defendió en una carta donde mostró su rigor intelectual.
Se cree que trabajó también en manuscritos bíblicos producidos en Monkwearmouth-Jarrow. Una de esas Biblias, conocida como el Codex Amiatinus, se conserva hoy en la Biblioteca Laurenciana de Florencia. Además, pudo haber utilizado el Codex Laudianus, un manuscrito bilingüe griego y latino del siglo VI de los Hechos de los Apóstoles, que actualmente se guarda en la Biblioteca Bodleiana de Oxford.
Más allá de su erudición, Beda era también un maestro y un hombre de sensibilidad artística. Le apasionaba la música y se decía que era un excelente cantor y recitador de poesía en lengua vernácula. Incluso existe un debate sobre si sufrió algún impedimento en el habla, a raíz de una frase ambigua en su Vida de Cutberto, aunque no está claro si hablaba de una dolencia personal o simplemente de su admiración por los milagros del santo.
Legado
El legado de Beda se apoya tanto en la amplitud de sus conocimientos como en su método de trabajo. Siempre procuró basarse en fuentes fiables, ya fueran escritos, cartas o testimonios de primera mano, lo que lo convierte en el primer gran historiador inglés. Su estilo es claro, preciso y al mismo tiempo impregnado de la convicción de que la historia humana forma parte del plan divino.
Sus obras circularon por toda Europa, influyeron en cronistas posteriores y aseguraron la transmisión de la herencia clásica y cristiana en los siglos de la Alta Edad Media. Fue venerado desde muy pronto, y ya en el siglo IX se le otorgó oficialmente el título de “Venerable”. Las vidrieras medievales, como las de la catedral de Gloucester que lo muestran dictando a un escriba, recuerdan la imagen del monje incansable que dedicó su vida al estudio y a la enseñanza.
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