La Conquista de Huesca en la Edad Media

Redacción

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La conquista de Huesca representa uno de los momentos más significativos en el avance cristiano durante la Reconquista en el noreste de la península ibérica. Situada en una posición estratégica, la ciudad de Huesca fue durante siglos un importante bastión musulmán en la Marca Superior de al-Ándalus, bajo dominio de diferentes dinastías islámicas. Su toma por parte de las fuerzas aragonesas en el siglo XI marcó un punto de inflexión en la consolidación del Reino de Aragón como potencia emergente en el escenario medieval peninsular.

Antecedentes

A comienzos del siglo XI, Huesca se encontraba bajo el control de la taifa de Zaragoza, uno de los reinos musulmanes que surgieron tras la desintegración del Califato de Córdoba en 1031. La ciudad, conocida entonces como Wasqa, disfrutaba de una notable prosperidad económica y desarrollo cultural. Su ubicación en la llanura central del valle del Ebro, a los pies de los Pirineos, la convertía en una plaza codiciada tanto por los musulmanes como por los reinos cristianos del norte.

El Reino de Aragón, por su parte, había emergido a finales del siglo X como un condado dependiente del Reino de Pamplona. A partir del reinado de Ramiro I (r. 1035-1063), Aragón comenzó un proceso de expansión territorial hacia el sur. Este movimiento se intensificó durante los reinados de Sancho Ramírez (r. 1063-1094) y su hijo Pedro I de Aragón (r. 1094-1104), quienes convirtieron la conquista de Huesca en una prioridad estratégica y religiosa.

Sancho Ramírez había trasladado la capital del reino a Jaca y buscaba consolidar el dominio aragonés sobre las tierras del valle medio del Ebro. En 1094 inició una campaña para arrebatar Huesca a los musulmanes, reconociendo la importancia militar y simbólica de la ciudad. Sin embargo, su muerte durante el asedio dejó la responsabilidad en manos de su hijo, Pedro I de Aragón.

El sitio de Huesca y la batalla de Alcoraz

La operación militar que culminó con la conquista de Huesca comenzó formalmente en abril de 1094 bajo el mando de Sancho Ramírez, tras años de escaramuzas y hostigamientos previos sobre sus alrededores. Para asentar un punto de apoyo estable, Sancho Ramírez fundó el castillo de Montearagón entre 1085 y 1089, situado en un cerro de Quicena, a unos cinco kilómetros al noroeste de la ciudad, desde donde se lanzó el asedio que cortó las principales rutas de suministro de Wasqa (Huesca)

El 4 de junio de 1094, inspeccionando las defensas de Huesca, Sancho Ramírez fue herido mortalmente por una saeta y falleció en el Castillo de Montearagón, dejando al asedio aún pendiente de culminación. 

Sancho Ramiíez recibiendo una disparo de una ballesta
Sancho Ramírez recibiendo una disparo de una ballesta

Su hijo, Pedro I, continuó la empresa de su padre con vigor. El punto culminante fue la decisiva batalla de Alcoraz, que tuvo lugar en noviembre de 1096 en los campos cercanos a la ciudad. Según las fuentes cristianas contemporáneas, los aragoneses, apoyados por contingentes de cruzados francos, derrotaron al ejército musulmán que intentó romper el sitio impuesto por las tropas cristianas. La victoria permitió a Pedro I sellar el cerco y forzar a la ciudad a rendirse poco tiempo después.

La leyenda atribuye la victoria en Alcoraz a la intervención milagrosa de San Jorge, patrón del Reino de Aragón, quien supuestamente apareció en el campo de batalla alentando a los combatientes cristianos. Esta tradición fue decisiva en la consolidación del culto a San Jorge en el Aragón medieval y explicaría la dedicación de varias iglesias al santo en la región conquistada. Sea como fuere, tras la batalla de Alcoraz, Huesca capituló sin necesidad de un largo asedio.

Integración de Huesca en el Reino de Aragón

Una vez conquistada, Huesca fue incorporada plenamente al Reino de Aragón, convirtiéndose en una de sus ciudades más importantes. Pedro I le otorgó un fuero propio, inspirado parcialmente en el de Jaca, con el objetivo de fomentar la repoblación cristiana y asegurar el control efectivo del territorio. La ciudad atrajo a numerosos colonos francos, especialmente del sur de Francia, lo que explica la presencia de elementos culturales y arquitectónicos de influencia románica.

Además, Huesca se convirtió en sede episcopal, fortaleciendo su papel eclesiástico en el reino. El traslado de la sede desde Roda de Isábena supuso un importante impulso religioso y administrativo, lo que transformó a la ciudad en un núcleo urbano de primer orden, con nuevas parroquias, una catedral y una Casa del Obispo que gestionaba los asuntos eclesiásticos del Alto Aragón.

La integración de Huesca también tuvo consecuencias políticas relevantes. El control de la ciudad permitió a los aragoneses abrir una ruta segura hacia Zaragoza, todavía en manos musulmanas, que sería finalmente conquistada por Alfonso I el Batallador en 1118. En este sentido, la toma de Huesca puede considerarse un paso intermedio imprescindible en la expansión del Reino de Aragón hacia el valle del Ebro.

Importancia militar y estratégica de la conquista

Desde el punto de vista militar, la conquista de Huesca rompió el equilibrio regional que había existido durante décadas entre los reinos cristianos y las taifas musulmanas del valle del Ebro. Al arrebatar una plaza tan bien fortificada como Huesca, los aragoneses ganaron una cabeza de puente fundamental para sus futuras campañas.

Asimismo, la integración de la ciudad implicó el control de los fértiles campos de la Hoya de Huesca, una rica comarca agrícola que aportaba recursos clave a la economía aragonesa. La anexión de este territorio permitió también desplazar la frontera militar más hacia el sur, reduciendo la presión sobre las zonas pirenaicas y favoreciendo la estabilización del norte.

Desde Montearagón, convertido en uno de los principales castillos del reino, se organizaban expediciones de control y pacificación de la zona. Las órdenes militares y religiosas desempeñaron un papel central en el proceso, consolidando la frontera y promoviendo la cristianización del territorio recientemente conquistado.

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