La Taifa de Zaragoza: origen, desarrollo y conquista cristiana

Redacción

Arcos palacio de la Aljafería

La taifa de Zaragoza fue uno de los reinos independientes musulmanes más destacados de la península Ibérica durante el turbulento siglo XI. Tras la caída del Califato de Córdoba en el año 1031, la fragmentación del poder y la formación de numerosos estados andalusíes independientes provocaron que surgieran múltiples reinos conocidos como taifas. En este contexto histórico de descentralización política, económica y cultural, tomó especial protagonismo la taifa zaragozana, cuyo poder se extendía principalmente por el valle medio del río Ebro. Este reino musulmán, asentado en la antigua ciudad romana y visigoda de Caesaraugusta, destacó por su florecimiento cultural, el desarrollo económico, su estratégica ubicación y sus tensas pero fructíferas relaciones diplomáticas con los reinos cristianos vecinos.

Origen y consolidación del poder

El nacimiento de la taifa de Zaragoza se vincula estrechamente con Mundir I ibn Yahya al-Tuyibi, miembro de una destacada familia muladí asentada en la región desde hacía generaciones. Aunque inicialmente esta familia estaba subordinada al emirato de Córdoba, los Tuyibíes aprovecharon el colapso del califato omeya a comienzos del siglo XI para afirmar su autonomía. Sin embargo, su breve hegemonía dio paso, en torno a 1038, al ascenso de los Banu Hud, una nueva dinastía cuyos esfuerzos cimentarían el verdadero poder zaragozano.

Retrato imaginario de Ahmad I al‑Muqtadir emir de la taifa de Zaragoza que gobernó entre 1046 y 1081
Ahmad I al‑Muqtadir emir de la taifa de Zaragoza que gobernó entre 1046 y 1081

Entre los Banu Hud, sobresale Ahmad I ibn Sulayman, conocido como al‑Muqtadir, cuya labor transformó la taifa. Durante su largo reinado (1046–1081), al‑Muqtadir desplegó una hábil combinación de conquista y diplomacia: incorporó taifas vecinas, estableció pactos con reinos cristianos y contuvo rebeliones internas. Además, reforzó la administración local y modernizó el ejército, lo que le permitió sostener la estabilidad política en un periodo marcado por constantes presiones. Gracias a estas decisiones, Zaragoza alcanzó su máximo esplendor cultural y militar antes de la llegada de nuevos desafíos en el último tercio del siglo XI.

Organización económica

La Taifa de Zaragoza se caracterizaba por una economía floreciente, que aprovechaba estratégicamente su ubicación privilegiada como puente entre las tierras mediterráneas y atlánticas y entre los reinos cristianos del norte y el resto de Al-Ándalus hacia el sur. La agricultura, especialmente cultivos como cereales, olivos y viñas que abundaban en las fértiles tierras del Valle del Ebro, fue el motor que sostendría a esta próspera taifa. Igualmente, la ganadería ovina tenía una importancia destacable contribuyendo en gran medida a la riqueza y poder zaragozano.

Su capital, Zaragoza, simbolizaba el poder y la riqueza del reino. La antigua Caesaraugusta romana había evolucionado en la madina Saraqusta, consolidándose como centro comercial y económico. Su situación privilegiada a orillas del Ebro fomentó el intercambio, la fabricación y exportación de productos agrícolas y textiles de gran calidad que eran intercambiados en diversas rutas comerciales. Las monedas acuñadas por la taifa zaragozana testimonian el esplendor económico del reino, mostrando una acuñación floreciente que acompañaba al desarrollo comercial y mercantil.

Cultura

Uno de los aspectos más característicos de la taifa zaragozana fue su dinámica cultural y su clima intelectual especialmente rico y heterogéneo. Bajo el mecenazgo de monarcas ilustrados como Al-Muqtadir, Zaragoza se convirtió en polo de atracción de científicos, poetas, músicos y filósofos de distintos puntos del mundo musulmán y mediterráneo. El renombrado palacio de la Aljafería, construido durante la época de mayor esplendor, no solo impresionaba por su monumentalidad arquitectónica, sino que se erigió como centro cultural donde ciudadanos musulmanes, judíos y cristianos compartieron saberes y tradiciones.

Pórtico Palacio de la Aljafería
Pórtico en el Palacio de la Aljafería (Zaragoza)

Destacó especialmente la figura del poeta y filósofo Ibn Gabirol, nacido en Málaga pero que residió en Zaragoza, creando una obra lingüística y filosófica que influiría profundamente en la filosofía medieval posterior. También fueron notables Ibn Buqlaris e Ibn Bayya (Avempace), figuras relevantes tanto en medicina como en filosofía y ciencia natural, cuya labor cultural sentó las bases para posteriores desarrollos científicos y filosóficos en Al-Ándalus y Europa medieval.

Relaciones diplomáticas y militares

Durante el reinado de Ahmad I al‑Muqtadir, la taifa de Zaragoza negoció con habilidad entre aliados y enemigos para preservar su autonomía. Hacia 1050, al‑Muqtadir selló acuerdos de no agresión con Sevilla y Toledo, de modo que estas taifas pudieran concentrar sus recursos frente a otras amenazas sin temer ataques mutuos. Cuando en 1061 el reino de Toledo sufrió presiones de Castilla, envió contingentes de jinetes a proteger las rutas comerciales del Tajo, recibiendo a cambio el compromiso toledano de respaldar a Zaragoza ante futuras incursiones aragonesas.

Al mismo tiempo, la taifa estableció el pago regular de parias a los reinos cristianos vecinos. A partir de 1055 comenzó a enviar tributos en oro y cereales a Ramón Berenguer I de Barcelona, asegurando así la neutralidad catalana en la cuenca del Ebro y garantizando la llegada de grano a la ciudad. Tras la victoria de Alfonso VI en Atapuerca (1054), Zaragoza también acordó tributos menores con León–Castilla, evitando enfrentarse simultáneamente a ambos frentes cristianos.

Frente a las amenazas militares, al‑Muqtadir reforzó las defensas urbanas y las fortalezas de la región. Tras el intento de conquista de Zaragoza por Sancho Ramírez de Aragón en 1063, se consolidaron las murallas de la ciudad y se reforzaron castillos como los de Daroca y Calatayud. Cuando los ejércitos cristianos tomaron Barbastro en 1064 con apoyo pontificio de Alejandro II, Zaragoza organizó patrullas de caballería ligera en el Somontano para impedir que aquella plaza sirviera de plataforma para nuevas incursiones.

Además, la corte hudí combinó la diplomacia de los tributos con el recurso a las armas y los lazos familiares: se intercambiaron rehenes y se concertaron matrimonios con casas nobles tanto cristianas como de taifas vecinas, creando redes de protección mutua. Gracias a esta estrategia flexible —que alternaba pagos de parias, tratados de no agresión y represalias militares—, Zaragoza mantuvo su independencia y estabilidad territorial hasta la última década del siglo XI.

Decadencia y anexión por el Reino de Aragón

La taifa zaragozana, a pesar de su riqueza cultural y económica, se vería condenada finalmente por su propia situación estratégica. La progresiva expansión de los reinos cristianos hacia el sur inició el declive irreversible del poder zaragozano. Tras el fallecimiento de Al-Muqtadir, sus sucesores no lograron mantener el esplendor y organización alcanzados. La fragmentación interna y la presión cada vez mayor por parte del rey Alfonso I el Batallador de Aragón provocarían una crisis prolongada, facilitando así la caída definitiva de la ciudad de Zaragoza en 1118.

Monumento a Alfonso I el Batallador
Monumento a Alfonso I el Batallador

Alfonso I el Batallador puso en marcha en mayo de 1118 una gran campaña contra la taifa de Zaragoza, reuniendo un ejército multinacional formado por aragoneses, navarros, gascones, franceses, castellanos y mercenarios germanos bajo su mando personal.

Para aislar la ciudad, el monarca estableció su campamento en Juslibol, al norte del Ebro, y fue conquistando las plazas y fortalezas de la ribera (Almudévar, Gurrea de Gállego, Zuera…), sometiendo a sus guarniciones y cortando progresivamente las líneas de comunicación con el interior

Durante el largo asedio, que se prolongó hasta el 18 de diciembre de 1118, las tropas cristianas capturaron primero el arrabal extramuros y la fortaleza de la Aljafería, clave para controlar el flanco oeste de la ciudad, y maniobraron para interrumpir el suministro de agua al interior, minando así la moral y la resistencia de sus defensores almorávides

Tras fracasar varias escaramuzas de socorro enviadas desde Córdoba y Granada —incluida la derrota de Ibn Mazdali frente a Tarazona— y debilitados por la falta de víveres y agua, los defensores musulmanes aceptaron capitular. El 18 de diciembre Zaragoza abrió sus puertas a Alfonso I, quien ofreció condiciones relativamente generosas para evitar la despoblación y asegurar la incorporación ordenada de la ciudad a sus dominios

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