Pocos personajes de las Cruzadas generan tanto debate como Guido de Lusignan: un noble francés que, casi por azar y alianzas estratégicas, acabó coronándose rey de Jerusalén en uno de los momentos más tensos y decisivos del reino cruzado. Su ascenso meteórico, su papel en la catastrófica batalla de los Cuernos de Hattin y las consecuencias de sus decisiones lo convirtieron en una figura clave y polémica. ¿Fue un líder malogrado por las circunstancias o un rey incapaz a la altura de un destino que lo superaba? Sigue leyendo para conocer su historia.
Orígenes
Guido de Lusignan nació hacia 1150 en el seno de una noble familia del Poitou, en el oeste de Francia. Perteneciente a la casa de Lusignan, un linaje feudal de importancia regional, su ascenso al poder en los reinos cruzados representa uno de los casos más destacados de promoción social y política durante el periodo de las Cruzadas. Aunque originalmente su papel en la política europea fue bastante discreto, las circunstancias lo empujaron hacia Oriente, donde acabaría protagonizando algunos de los episodios más trascendentales del reino de Jerusalén.
Su llegada a Tierra Santa tuvo lugar en la década de 1170. En ese momento, el Reino Latino de Jerusalén vivía un periodo de tensiones internas y externas. Las cruzadas, iniciadas a finales del siglo XI, habían supuesto la ocupación de varios territorios por parte de los reinos cristianos, pero su estabilidad estaba lejos de estar garantizada. Las divisiones entre los señores latinos, sumadas a la presión creciente de los estados musulmanes bajo el liderazgo de figuras como Saladino, creaban un entorno inestable y volátil.
El matrimonio en 1180 con Sibila de Jerusalén, hermana del rey Balduino IV —el llamado «rey leproso»— catapultó a Guido de Lusignan a la escena política del Reino Latino. Este enlace, probablemente promovido por la reina madre Inés de Courtenay y el patriarca de Jerusalén, fue realizado contra la voluntad de muchos nobles, quienes veían en Guido a un forastero sin base política sólida. Sin embargo, este matrimonio lo convirtió en cuñado del rey y lo colocó en la línea directa de sucesión al trono.
La guerra contra Saladino y la batalla de Hattin
El reinado de Balduino IV estuvo marcado por su lucha contra la lepra y el equilibrio precario entre las diferentes facciones nobiliarias. Consciente de su propia mortalidad, el joven monarca trató de asegurar la sucesión del reino entre su sobrino Balduino V, hijo de Sibila. Mientras tanto, Guido fue designado regente, un cargo que desempeñó con marcada ineficacia, lo que llevó a su posterior sustitución. No obstante, la repentina muerte de Balduino V en 1186 generó una crisis sucesoria que terminaría con la coronación de Sibila como reina y el ascenso de Guido como rey consorte de Jerusalén.
La legitimidad de Guido fue intensamente cuestionada por algunos sectores de la nobleza, especialmente por Raimundo III de Trípoli y Balian de Ibelin. Sin embargo, los acontecimientos se precipitaron con el ascenso imparable de Saladino, sultán de Egipto y Siria. Tras años de conflictos intermitentes, el líder musulmán intentó asestar un golpe definitivo al Reino Latino. En este contexto, Guido de Lusignan se vio obligado a liderar las fuerzas cristianas.
El 4 de julio de 1187 tuvo lugar la decisiva batalla de Hattin. Las tropas de Guido abandonaron la protección de las fortificaciones para acudir al rescate de la fortaleza de Tiberíades, una maniobra que resultó ser una trampa. En medio del calor abrasador del verano y agotados por la falta de agua, los cruzados fueron cercados por las fuerzas de Saladino cerca del lago Tiberíades. La batalla concluyó en una aplastante derrota cristiana. Guido fue capturado junto con otros altos mandos, mientras que la Vera Cruz, símbolo sacro del ejército latino, cayó en manos musulmanas.

Esta derrota tuvo consecuencias catastróficas. Prácticamente todo el reino de Jerusalén fue conquistado en los meses siguientes, incluida la misma ciudad santa, tomada por Saladino en octubre de 1187. Guido fue liberado poco después, en 1188, probablemente como parte de una estrategia diplomática de Saladino, convencido de que un rey tan desacreditado no representaría una amenaza relevante.
El sitio de San Juan de Acre y el conflicto por el trono
Lejos de abandonar la escena política, Guido se reinsertó activamente en el conflicto, aprovechando el inicio de la Tercera Cruzada impulsada tras la caída de Jerusalén. En 1189 lideró el sitio de San Juan de Acre, una estratégica ciudad costera que resistía bajo control musulmán. El asedio, que duró hasta 1191, fue especialmente prolongado y brutal, y marcó uno de los puntos centrales de la cruzada liderada por reyes europeos como Ricardo Corazón de León de Inglaterra y Felipe II de Francia.
Durante el asedio surgió un nuevo conflicto político. Guido reclamaba seguir siendo rey de Jerusalén basándose en su matrimonio con Sibila, quien falleció, probablemente de fiebre, durante el sitio. Con la muerte de su esposa, la nobleza cruzada consideraba que su legitimidad para gobernar había desaparecido. En su lugar, se impulsó la candidatura de Isabel de Jerusalén, medio hermana de Sibila, casada con Conrado de Montferrat, un hábil señor feudal que había demostrado su valía en la defensa de Tiro frente a Saladino.
El enfrentamiento entre Guido y Conrado dividió aún más a los cruzados, en un momento en que la unidad era crucial. Ricardo Corazón de León, aliado de Guido, trató de resolver la disputa mediante compensación territorial. Finalmente, en 1192, Guido fue persuadido de renunciar al trono de Jerusalén, y a cambio recibió Chipre, isla que había sido recientemente conquistada por el propio Ricardo durante su paso hacia Tierra Santa.
El Reino de Chipre y muerte
Guido se estableció como gobernante de Chipre en 1192, fundando así una nueva etapa para la familia de Lusignan en el Mediterráneo oriental. Aunque al principio su gobierno pudo haber sido percibido como provisional, estableció las bases de un dominio latino duradero sobre una isla estratégicamente ubicada entre Europa y Oriente. Chipre había sido posesión bizantina hasta su captura por los cruzados, y su población era mayoritariamente griega ortodoxa, algo que planteó desafíos considerables en cuanto a la administración y relaciones sociales.
Allí instauró un régimen feudal al estilo europeo occidental, repartiendo tierras y títulos entre sus seguidores francos. Este dominio sería consolidado por sus descendientes, convirtiéndose en uno de los reinos cruzados más duraderos, subsistiendo incluso tras la caída final de los estados latinos en Tierra Santa. Guido de Lusignan murió en 1194, sin haber logrado recuperar Jerusalén, pero habiendo asegurado el futuro de su linaje en la isla de Chipre.