La batalla de Noáin, librada el 30 de junio de 1521, representa el último gran intento del Reino de Navarra por recuperar su independencia tras la conquista castellana de 1512. Este enfrentamiento supuso la derrota definitiva de las fuerzas navarras y sus aliados franco-navarros frente al ejército de Carlos I de España, consolidando así la anexión de Navarra a la Corona de Castilla.
Contexto histórico y antecedentes
A comienzos del siglo XVI, Navarra se encontraba en una situación geopolítica delicada. Como reino independiente, mantenía relaciones tanto con la Corona de Castilla como con el Reino de Francia. Sin embargo, en 1512, Fernando el Católico ordenó la invasión de Navarra, argumentando razones estratégicas dentro del conflicto que España mantenía con Francia durante la Guerra de la Liga de Cambrai. Las tropas castellanas, dirigidas por el duque de Alba, ocuparon Pamplona y la mayor parte del territorio, forzando la huida de los monarcas navarros Juan III y Catalina de Foix.
A pesar de la resistencia de diversos focos partidarios de la independencia, especialmente en el norte del reino, la anexión se consolidó gradualmente. Sin embargo, en 1521, se presentó una nueva oportunidad para los navarros. En ese año, como parte de la Guerra de las Comunidades de Castilla y la rivalidad entre España y Francia, una expedición franco-navarra intentó recuperar el control del reino.
Desarrollo de la campaña de 1521
La expedición de 1521 estuvo liderada por Enrique II de Navarra, hijo de los monarcas depuestos, con el apoyo del rey Francisco I de Francia. En mayo del mismo año, las fuerzas franco-navarras avanzaron desde el Bearne hacia Navarra y lograron tomar Pamplona sin apenas resistencia. La guarnición castellana, comandada por Íñigo de Loyola, cayó en manos de los atacantes tras una breve batalla en la que Loyola resultó herido, un hecho que marcaría su posterior conversión religiosa.
Tras la victoria inicial, los navarros extendieron su control por gran parte del reino, con la excepción de algunos enclaves todavía leales a Castilla como Estella y la fortaleza de Amaiur. Sin embargo, la situación política y militar no les favorecía a largo plazo. Carlos I envió un poderoso ejército para recuperar el territorio y sofocar la rebelión, compuesto por efectivos veteranos de la Guerra de las Comunidades y dirigidos por el virrey Antonio Manrique de Lara.
La batalla de Noáin
El 30 de junio de 1521, los ejércitos contendientes se encontraron en las cercanías de Noáin, a pocos kilómetros al sur de Pamplona. El ejército real castellano contaba con una notable superioridad en número y artillería, mientras que las fuerzas franco-navarras, aunque valientes, carecían de la organización y los refuerzos necesarios para enfrentarse en un campo abierto a las experimentadas tropas imperiales.
Desde el inicio del enfrentamiento, la batalla tomó un rumbo desfavorable para los navarros. La caballería castellana, mejor organizada y con superioridad táctica, logró envolver a las tropas enemigas, desarticulando su formación. La infantería de Carlos I, integrada por piqueros y arcabuceros bien entrenados, infligió grandes pérdidas a los franco-navarros, que se vieron obligados a replegarse en desorden.
El combate se saldó con una aplastante derrota para los independentistas. Se estima que alrededor de 5.000 soldados navarros y franceses perecieron o fueron capturados, mientras que las bajas castellanas fueron considerablemente menores. Los comandantes derrotados intentaron reagruparse hacia el norte, pero la superioridad militar castellana impidió cualquier intento de reorganización efectiva.
Consecuencias de la batalla
Tras la derrota de Noáin, las oportunidades para una restauración navarra se desvanecieron definitivamente. Aunque todavía persistió la resistencia en algunas plazas como Amaiur, donde se libró un último y simbólico combate en 1522, la fuerza militar de Castilla logró afianzar su dominio. La nobleza navarra se vio obligada a jurar lealtad a Carlos I, y toda iniciativa de restitución del reino quedó condenada al fracaso.
En los años posteriores, la anexión se consolidó a través de una política de integración administrativa y militar. Navarra pasó a formar parte de la monarquía hispánica, aunque conservando algunos fueros y privilegios locales. La resistencia a esta nueva situación se limitó a movimientos esporádicos y a la reivindicación por parte de la dinastía Albret, que siguió reivindicando la legitimidad del reino desde el Bearne francés.
Históricamente, la batalla de Noáin ha sido vista como el episodio que marcó el fin de la independencia Navarra y la plena incorporación del territorio a la Monarquía Hispánica. Su impacto no solo resultó determinante en la historia de Navarra, sino que también evidenció el poderío militar de Carlos I y su capacidad para sofocar revueltas en distintos territorios de su vasto imperio.
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